domingo, 31 de enero de 2010

000/000

Tal cómo lo recordaba, una sensación fría cómo un témpano de hielo, pegajosa y confusa.
No había otro sentimiento que se comparase con ese, simplemente porque ni el mismo tenía nombre. Se trataba de un estado de indecisión, no sabía qué quería o qué demonios buscaba. Ni sabía lo que debía pensar, porque ¿Qué se debe pensar en esos momentos? Tu mente no está saturada, no está alegre, realmente no piensa en nada. Y es ese silencio misterioso el que me hacía dudar. El miedo a que después de la calma viniese la tormenta, y no lo contrario. Porque ese estado me asustaba, y me asusta.
Cierto es que lo llevo mejor que otras veces, pero aún así, me hace sentir aflicción.

Hoy no es un día en el que me alegre ver cosas felices.
Es así y punto-.

viernes, 22 de enero de 2010

Nostalgias


Añoró entonces las noches de penumbra en las que la luna le
observaba por la espalda y dibujaba su silueta en la oscura y fría habitación.
Los escritos y las plumas estilográficas ordenadas por colores.
El tacto rugoso del papel bajo sus dedos, el agradable murmullo
de la tinta al deslizarse por este.
Extrañó no pasar las noches relatando su vida en trozos de papel viejo.

Cristina.

jueves, 14 de enero de 2010

Se voló el sombrero



Hoy hizo tanto viento que se me volaron las ideas.
Era un viento que me enzarzaba el pelo y me lo arremolinaba
por encima de la cabeza, y luego caía estropajoso y sucio por el
polvillo dichoso. Pero a pesar de todo, fantaseaba pensando que
los rugidos del viento allá fuera eran cómo los silbidos y aullidos
de un dragón que intentaba derribar nuestra casa!

Cristina

martes, 12 de enero de 2010

Yes,



Me dejé llevar por el embrujo y mientras le escuchaba cantar fui descendiendo
lenta y grácilmente por una espiral de acordes, colores claros y nubes.
Su voz masculina y puñeteramente relajante, me trasmitió tal tranquilidad
qué cuando finalizó la canción, me quedé dormida sin darme cuenta.



Cristina

Hoy caían gotas de alivio


Muchos paraguas coloridos y estampados se apelotonaban
a la salida de clase esta mañana. La gente se cubría con ellos cómo si la
propia lluvia les quemase la piel, cómo si se tratase de ácido en vez de
agua bendita. Y yo me pregunto por qué hacemos eso. Si realmente la
lluvia es algo magnífico que arrastra lo malo y deja todo limpito y
con nueva cara. Pero yo misma me incluyo entre los que se cubre bajo
un paraguas o simplemente una capucha. Tal vez sea el miedo a que algo
inesperado caiga del cielo, absurdo.

¡ Hoy ha llovido y he podido disfrutar de cómo la lluvia me mojaba la nuca !



Cristina

lunes, 11 de enero de 2010

Calma que asusta


Le hartaron tanto las insulsas vocecillas que se le colaban por los oídos que hacían que estos sangrasen, metafóricamente hablando, claro. Había ocasiones en las que le habría gustado arrancarles la garganta y acabar con aquello, con críticas, reproches o simplemente absurdas palabras que la sacaban de quicio. A quién le importaba cómo tuviese que actuar. Actuaba así porqué le salía del corazón, porqué simplemente le apetecía estar malhumorada o triste y al cabo de unos minutos estar contenta y alegre. No podría definir su mismo estado ya que variaba según la hora, el minuto y la situación. Según las personas que se le pusiesen por delante. Según lo que recibiese de los demás, y de sí misma. Podría tener malos días, pero eran suyos, nadie podía arrebatárselos. Los necesitaba al igual que necesitaba los días buenos.
Hoy había sido un día extraño. Un tifón de sensaciones. Este Lunes se había sentido cómo una montaña rusa, unas veces aferrándose al freno y otras desbocándose hacia el abismo desenfrenadamente.

Pero se asió a la familiar frase qué decía su Bunbury: “Lo que diga la gente porqué lo he de tener yo presente…”

Cristina.

domingo, 10 de enero de 2010

Graznó la bruja


La mañana lo acechó bruscamente, proyectando sus rayos de oro contra su húmeda ropa. Había partido bien entrada la madrugada y el viaje había durado unas cuantas horas. Tres de ellas las había pasado durmiendo, de forma incómoda y algo agitada.

Había tenido sueños de todo tipo, el primero tan solo había durado una hora y había sido una pesadilla en la cual corría desesperado por una de las calles más conocidas de su ciudad natal, mientras unos guardias lo perseguían con armas y gritando su nombre. De pronto se topaba con su madre, le sonreía y aliviado se abrazaba a ella, pero ella era una trampa, esa figura maternal fue la que segundos más tarde lo entregó a los guardias sin piedad, contempló cómo estos lo azotaban le abrían cortes profundos en la piel y cuando él moría desangrado, ella lo observaba desde su trono de reina, con un bastón de oro blanco en la mano derecha y un loro de pirata en el hombro izquierdo. Impasible, como si aquel joven que moría ante sus ojos no se tratase de su propio hijo.

Sin duda había pasado un mal momento.


Cristina