jueves, 8 de abril de 2010


La luna proyectaba su escurrida sombra muy por delante de él. Caminaba hacia la calle mayor, en dónde las ninfas se reunían para hablar íntimamente.
Mas no pensaba volver a casa, esa noche no.
Aquella noche veraniega sería eterna, y a la mañana siguiente no habría recordado nada; lo echaría todo por la borda y le despertarían las bocinas de los coches, los tacones de una musa o tal vez el maullido de algún gato. Perdería la identidad y ella dejaría de llamarle "Guny". Tras aquella noche desenfrenada, cargada de sentimientos y emociones jamás vividas, se irían los recuerdos y las tardes junto a ella.
Su aroma, el olor a hierbas del bosque y pimienta.
Guny estaba enterrado, se iba desintegrando, lo iba dejando atrás confome iba comiéndose la calle.
Guny ya no contestaba al teléfono, sus llamadas quedarían abandonadas para siempre, su contestador se llenaría de polvo.

Vaciando la mochila cargada de tierra negra y húmeda, volvería a empezar.

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