lunes, 6 de diciembre de 2010

Leah, la montaña rusa


Tarde
El portafotos, la taza de té y la cucharilla de porcelana se hacen añicos cuando Leah los estampa contra la inmaculada pared del hotel. Un hotel. Una habitación fría. Sábanas vírgenes. Qué desperdicio, piensa. Después recuerda que debería haber llamado a mamá. Busca el móvil. No lo encuentra. Suspira. Los pies fríos cuando camina descalza sobre el gélido mármol. De nuevo se siente mal, pero en realidad, ¿Qué o quién la curará de ese tedio?



Noche


No más preguntas sin respuesta, cuestiones que la mantienen despierta hasta el alba del día siguiente. Su corazón está en desuso desde hace más de un mes. Piensa que es una ignorante y una cobarde. La cobardía de sus sucias palabras cada vez que se pone a la altura de aquel tirano. El odio corroe sus venas y rasga sus capilares. Apreta fuertemente los puños y vocifera una palabrota. Pero de nada le sirve, todo lo que ahora haga es superfluo así como su existencia. Una existencia marcada por el tiempo que pudo aprovechar y el tiempo que le falta. En cambio, no quiere volver atrás. Es tarde, le pesan los párpados. Duerme y desea morir al mismo tiempo.

2 comentarios:

  1. HEY! coincido contigo en casi todo, al final has desvariado un poco pero bueno

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  2. Le diría a Leah que todo es tiempo que se pudo aprovechar y que, por lo mismo, todo es tiempo aún por aprovechar. Por eso, mejor seguir y pensar en vivir bien el tiempo sucesivo. Juguemos punto a punto este partido, no pensemos demasiado en los puntos perdidos.
    Un abrazo

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